14 May Aislamiento y carencia afectiva en las personas mayores durante la pandemia
Todos sabemos que cuando las personas llegan a la etapa de la tercera edad se producen una serie de cambios que afectan tanto al plano físico como al cognitivo. Las relaciones sociales, por ejemplo, normalmente disminuyen a medida que la vida avanza debido a diversas circunstancias como pueden ser la jubilación, la pérdida de movilidad, el fallecimiento de seres queridos y los cambios propios del ciclo vital.
En la actual situación en la que nos encontramos, el colectivo de la tercera edad conforma uno de los principales grupos de riesgo, ya no solo por ser el grupo social más expuesto al virus, sino porque, además, nos referimos a un sector de la población especialmente afectado por culpa del confinamiento forzoso y la soledad no deseada que está propiciando la epidemia desde hace ya varias semanas.
Cabe decir también que durante esta etapa de la vida (la tercera edad) los vínculos afectivos pueden verse seriamente disminuidos, sobre todo en aquellas personas mayores que viven solas y, más si cabe, en los casos en que las visitas y desplazamientos por parte del entorno más cercano (familiares y amigos) no pueden llevarse a cabo debido a las actuales restricciones de la movilidad.
Asimismo, el aislamiento de estas personas, en muchos casos obligado, puede alterar su salud física y mental llegando a aumentar incluso el riesgo de mortalidad. En algunos casos, esta situación puede conducir a qué sufran depresión, sentimientos de soledad, indefensión, incertidumbre, un mayor pesimismo en torno a su futuro y hasta pensamientos y deseos de morir.
Además, a nivel estrictamente psicológico, la falta de contacto social puede influir negativamente en el estado anímico de estas personas y contribuir a la aparición de síntomas relacionados con el deterioro cognitivo y otras patologías asociadas a esta etapa de la vida.
Por otro lado, el aislamiento y, por ende, el sedentarismo que este conlleva también puede producir un incremento de enfermedades puramente físicas como artritis, artrosis, hipertensión y algunas afecciones cardiovasculares o pulmonares.
Otra realidad a la que tiene que enfrentarse este colectivo es la constituida por las barreras físicas o geográficas que no afectan al resto de población, sobre todo las que padecen aquellas personas que viven en zonas rurales y se encuentran más alejados de sus seres queridos, lo que les lleva a sentir tanta falta de afecto y cariño que les puede provocar altas dosis de sufrimiento psicológico.
A esto hay que añadir que las personas mayores socialmente más aisladas, cuentan con más probabilidades de necesitar cuidados a largo plazo por lo que se ven obligadas a solicitar servicios de teleasistencia, ayuda a domicilio o incluso ingresar en una residencia.
Al mismo tiempo no debemos olvidar que, en ocasiones, la enorme responsabilidad que supone hacerse cargo de la persona dependiente también puede afectar a los seres más cercanos que lo hacen. Y es que estas personas pueden tener la sensación de que su vida en general está sufriendo un grave deterioro hasta el punto de experimentar sentimientos tan negativos como la soledad, el aislamiento social, la carencia afectiva o, incluso, la depresión.
En definitiva, las personas que llegan a la tercera edad con la suficiente autonomía y que, además, reciben el apoyo social y afectivo por parte de familiares y amigos que les rodean, se sienten más protegidos y, por lo tanto, con un mayor nivel de bienestar tanto afectiva como física que su vez repercute positivamente en la calidad de vida de sus cuidadores y familiares.
En este sentido, durante esta época resulta esencial promover la comunicación entre las personas mayores y sus familias para que, aunque sea por vía telemática, se sientan acompañadas y escuchadas y puedan, de esta forma, afrontar de la mejor manera posible el vacio afectivo derivado de este duro confinamiento.
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